Trastornos Emocionales

Trastornos depresivos

Las personas con trastorno depresivo mayor, más conocido como depresión, a menudo se sienten decaídas, tristes o deprimidas. Sienten que ya no tienen interés en las cosas que antes les gustaban, como hacer deporte, leer o salir a cenar con amigos. Pierden el apetito o, por el contrario, comen en exceso. Pueden experimentar alteraciones del sueño, ya sea tener dificultades para dormir o no poder levantarse de la cama. Pueden sentirse cansadas todo el tiempo, sin ganas de hacer nada, sin motivación; pueden tener dificultades para concentrarse; pueden sentirse inquietas, agitadas, o también pueden sentirse débiles y lentas, como en “cámara lenta”, o tener sentimientos de inutilidad o culpa; pueden tener pensamientos, incluso, de hacerse daño a sí mismas o de suicidarse. No es raro que las personas tengamos días en los que nos sintamos decaídos, sin ganas de hacer nada o, también, inquietos y agitados; pero para tener un trastorno depresivo mayor, la persona debe haberse sentido de esta manera la mayor parte de los días durante al menos dos semanas. Además de sentirse triste, decaído o deprimido y/o sentir que ha perdido el interés en las cosas, la persona también debe presentar al menos tres de los siguientes síntomas: pérdida de apetito o comer en exceso, dormir poco o demasiado, sentir que no tiene ganas de hacer nada o sentirse cansado todo el tiempo, sentirse inquieto o agitado, débil y lento, con dificultad para concentrarse, sentimientos de inutilidad o culpa y pensamientos de hacerse daño o de suicidio.

El malestar que generan estos trastornos y el riesgo de conductas suicidas hacen que sea fundamental no perder tiempo con intervenciones que no se han demostrado eficaces. Los psicólogos y psiquiatras de adultos de la Fundación Instituto de Psicología trabajamos de manera coordinada para proporcionar la mejor atención y los tratamientos que han demostrado eficacia con el objetivo de devolver el bienestar emocional de la manera más eficiente.

El trastorno depresivo persistente, también llamado distimia, es una forma de depresión continua y prolongada (crónica). La persona con este trastorno puede perder el interés en las actividades normales de la vida diaria, sentir desesperanza, baja productividad y baja autoestima, así como una sensación general de incompetencia. Estos sentimientos pueden durar años y pueden afectar las relaciones y el funcionamiento general en las actividades cotidianas.

Los síntomas del trastorno depresivo persistente generalmente aparecen y desaparecen a lo largo de los años, y su intensidad puede cambiar con el tiempo. Sin embargo, la persona no suele estar libre de síntomas durante más de dos meses. Además, puede haber episodios de depresión mayor antes o durante el trastorno depresivo persistente, lo que a veces se llama “depresión doble”.

Los síntomas del trastorno depresivo persistente pueden incluir un estado de ánimo deprimido la mayor parte del día y la mayoría de los días, falta de apetito o comer en exceso, insomnio o hipersomnia, baja energía o fatiga, baja autoestima, dificultades para concentrarse o tomar decisiones, y sentimientos de desesperanza.

Trastornos de Ansiedad y Estrés

Experimentar ansiedad de forma ocasional es totalmente normal. Cuando hablamos de trastornos de ansiedad nos referimos a aquellos casos en los que la persona experimenta preocupaciones, ansiedad o miedo de forma intensa y persistente. Algunos ejemplos de trastornos de ansiedad son el trastorno de pánico, la ansiedad social, el trastorno de ansiedad generalizada o las fobias específicas.

El miedo y la ansiedad que sienten estas personas es desproporcionada si tenemos en cuenta el peligro real que comporta la situación, y por lo tanto, interfiere de forma significativa en su vida. Para disminuir el malestar que provoca la ansiedad, las personas pueden empezar a evitar situaciones o realizar conductas para tener una falsa sensación de seguridad. Estos mecanismos contribuyen al mantenimiento del problema y, de hecho, hacen que la persona tenga una vida cada vez más limitada y dificultades en la realización de tareas cotidianas como ir al trabajo, pasar tiempo con amigos, hacer deporte o disfrutar del tiempo de ocio.

La Fundación Instituto de Psicología cuenta con un equipo de profesionales especializados en la evaluación y manejo de la ansiedad, así como en los tratamientos cognitivo-conductuales que han demostrado mayor eficacia para ayudar a desarrollar estrategias para afrontar la ansiedad. La ayuda especializada que evite la cronicidad de los trastornos de ansiedad, las limitaciones y el sufrimiento que conllevan es fundamental.

Las personas con ansiedad generalizada experimentan preocupaciones excesivas sobre diferentes áreas de su vida. Pueden preocuparse por cosas sin importancia, como hacer encargos o llegar a tiempo a los lugares; por temas relacionados con los estudios o el trabajo, como terminar un proyecto o alcanzar objetivos; por la salud de la familia o el bienestar de las amistades; por su propia salud y bienestar; por la situación económica; por cómo se relaciona con los demás e incluso por asuntos comunitarios o globales. Una persona con un trastorno de ansiedad generalizada no se preocupa por una sola de estas cosas, sino por varios temas. Tiene mucha dificultad para dejar de preocuparse, incluso cuando intenta hacer otras cosas. Estas preocupaciones van acompañadas de sensaciones físicas, y pueden sentirse inquietos, nerviosos, irritables, distraídos, experimentar tensión muscular y tener problemas para dormir. Para diagnosticar a alguien con ansiedad generalizada, debe estar preocupado por diferentes cosas la mayor parte de los días, al menos durante seis meses, tener dificultad para controlar estas preocupaciones y experimentar al menos tres síntomas que las acompañan como fatiga, tensión muscular o problemas para dormir. Además, estas preocupaciones deben interferir en su vida o provocarles mucho malestar.

En el trastorno de pánico, la persona experimenta intensos ataques de ansiedad u oleadas de miedo que la sobrepasan y le causan sensaciones incómodas como palpitaciones o taquicardia, falta de aire o sensación de asfixia, escalofríos o sofocaciones, sensación de ahogamiento, sudor en las palmas de las manos, náuseas o molestias estomacales, mareos, aturdimiento o sensación de desvanecimiento; sensaciones de irrealidad o despersonalización, miedo a morir, miedo a volverse loco o a perder el control. Estos ataques de ansiedad parecen venir de la nada y en su punto más álgido duran como máximo unos diez minutos. Las personas que tienen ataques de ansiedad describen la sensación como “estar atrapados” y “necesitar escapar” aunque no estén en peligro real o puedan saber exactamente por qué. Cuando una persona comienza a padecer ataques de ansiedad, se preocupa por si tendrá más en el futuro y luego cambia su estilo de vida y comienza a evitar situaciones.

Las personas con ansiedad social experimentan un miedo intenso sobre su actuación en situaciones sociales cuando, por ejemplo, están con personas que no les son familiares; cuando son evaluados; cuando es posible que los juzguen; si deben someterse al escrutinio de otras personas, por ejemplo, ir a una fiesta o hacer una exposición en la escuela o en el trabajo. Cuando se encuentran en alguna de estas situaciones, experimentan una intensa ansiedad que les resulta tan abrumadora que incluso pueden llegar a tener una crisis de ansiedad. Saben que su miedo es excesivo e irracional pero no pueden controlarlo. Como resultado, pueden empezar a evitar situaciones sociales o en las que deben someterse a la evaluación de otras personas y, si no las evitan, las toleran con mucho malestar. No es raro ponerse nervioso o ansioso cuando conocemos gente nueva o cuando debemos hablar en público; el diagnóstico de trastorno de ansiedad social o fobia social, sin embargo, solo se da cuando el miedo es tan intenso y la evitación se produce hasta el punto de interferir en la vida social de la persona, en su trabajo o en la capacidad para llevar a cabo las actividades diarias.

Las personas que sufren fobias específicas experimentan un temor intenso, desproporcionado e irracional hacia objetos o situaciones claramente discernibles y circunscritas, como animales (arañas, ratas, aves o animales domésticos), lugares cerrados o elevados, fenómenos naturales, ver sangre, etc.

Quienes padecen fobias específicas reconocen que sus temores son excesivos, pero llevan a cabo conductas de evitación con el fin de mantenerse lejos del estímulo que desencadena el miedo.

LLas personas con un trastorno obsesivo-compulsivo experimentan pensamientos, imágenes o impulsos frecuentes, recurrentes, que generalmente perciben como irracionales, no deseados y que no tienen sentido para ellas. Por ejemplo, pueden visualizar imágenes horribles o agresivas que les vienen a la mente y que consideran perturbadoras. También puede ser que alguien se sienta abrumado por la duda de si ha apagado el gas, la luz, etc. o si ha cumplido con una obligación correctamente a pesar de haberlo comprobado varias veces. Estos pensamientos intrusivos causan malestar a la persona, que intenta suprimirlos o neutralizarlos de alguna manera para liberarse de ellos. La persona puede sentir el impulso de repetir ciertas conductas, frases o alguna palabra específica para sentirse menos incómoda. Por ejemplo, alguien con pensamientos intrusivos sobre gérmenes puede sentir el impulso de lavarse las manos repetidamente; alguien que tiene una intensa ansiedad cuando las cosas están fuera de lugar puede sentir la necesidad imperiosa de volver a colocarlas en su lugar, etc.

Muchas personas tienen pensamientos fugaces sin sentido que aparecen sin saber por qué, como de la nada, y pueden tener conductas peculiares, como colocar las cosas de una manera específica o hacer las cosas de una forma concreta. Las personas con este diagnóstico estas preocupaciones les ocupan gran parte del día y conllevan elevada interferencia y malestar asociado.